Un perro produce en promedio 300 gramos de excremento al día y medio litro de orina, calcula Esquivel. “El suelo absorbe la orina, pero el excremento se seca, se pulveriza y sus partículas viajan en el ambiente y pueden terminar en los alimentos que se consumen en la vía pública o las podemos respirar”, explica, quien agrega que constituye un riesgo de enfermedades e infecciones.

Recoger las heces del can reduce al mínimo las posibilidades de exposición a los huevos y larvas de gusanos, lombrices y otros parásitos que causan estragos en el sistema intestinal humano. Algunos parásitos que se encuentran en las heces caninas pueden causar lesiones oculares graves en los niños pequeños.
Uno de los mitos más comunes, es que los desperdicios del perro sirven de abono para jardines o jardineras. “Sí son biodegradables, pero los perros, al ser omnívoros, pueden desechar bacterias o parásitos que son resistentes a los procesos ambientales”, explica.

El veterinario tampoco recomienda desecharlos en una bolsa. “Puede tener un efecto impermeable, que evita que la gente se exponga directamente al excremento, pero no hay información disponible de cómo son manejadas con el resto de la basura, si son separadas o tratas de alguna forma”, advierte.
Por suerte, existen alternativas ecológicas como las bolsas compostables para heces de perro. Éstas están hechas de fécula de maíz y cumplen con los requisitos estándares europeos y estadounidenses EN 13432.
Toparse con las heces de perros en la calle también es algo desagradable, no solo por el olor, sino por el riesgo de pisarlas, por lo que hay quienes también consideran una falta de respeto para los demás no recogerlas.
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